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Domingo de confinamiento

Empiezo a escribir mis impresiones del confinamiento. Las de este domingo de casi primavera en el que la luz dura más y desde la terraza llegan los ecos de esos juncos que se doblan pero siempre siguen en pie. Suenan lejanos, de la voz de una vecina acompañada con una guitarra, y se diluyen en la tarde. Ayer cambió la hora. Y da igual, se leía en un periódico. Hace un rato han caído unas gotas, pero ahora se está muy bien. De nuevo los juncos, y de nuevo, y otra vez más, esta vez con un acompañamiento diferente, de rasgar más sincopado. Y a pesar de lo mucho que me gusta la canción, la sexta vez que la canta esa vecina empieza a cansarme. Sobre todo porque tras un par de estrofas, no sabe acabarla de otra manera que con ese mismo “la, la la, la la” con el que se eternizaba la versión moderna de “I will survive” en las discotecas.

Prefiero el silencio de esta tarde solitaria, salpicada, a ratos, por el revoloteo o el piar de algún pájaro despistado. El rumor de un coche alejarse, y de nuevo, esa placidez que me arropa, ese dulce sosiego al que podría acostumbrarme. Pero una sirena de ambulancia rompe el susurro de la tarde. Vuelven las imágenes de los ataúdes transportados en tropel, y las mascarillas por las calles, y los pulmones que ya no funcionan. Corre un viento frío y me da por pensar en el sufrimiento de las salas de espera, y en la inmensa soledad que debe mal respirarse bajo esos tubos. En el futuro incierto, en la recesión por las calles, en la oscuridad de esas noches en las que faltarán tantos.

Y entonces, un palmoteo familiar se extiende por el vecindario. Son las ocho de la tarde y el barrio se inunda de aplausos. Y es bonito verles las caras a mis vecinos, a pesar de que no me atreva a intercambiar con ellos más que una leve sonrisa. Y es bonito unirnos para dar las gracias, ponernos todos de acuerdo durante ese momento para rendir homenaje. Ellos dicen que no son héroes, que son personas normales. Y es justo el ser personas normales lo que les convierte en héroes. Así que les aplaudimos hasta que nos duelen las manos. Y de pronto me sabe mal haber despotricado de la vecina que cantaba en la terraza. Porque da igual la manera en cómo decidiera acabar la canción. Lo importante es el mensaje: resistiremos.

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