musica

CONCIERTO DE KAISER CHIEFS

Ya sabía que los Kaiser Chiefs en directo eran divertidos. Los había visto en el Summercase, dando brincos y trepando por las instalaciones del escenario al son de sus míticos OOOOOOOOOHHHHHS y AAAAAAAHHHHS, chapurreando palabras en español y haciendo la pelota a los barcelonenses. Sin embargo, tal vez por los efluvios alcohólicos en los que estuvieron sumergidas aquellas ocasiones o por la inherente gran festividad que se respira siempre en un festival, su potencial para hacer enloquecer a la gente, a mí la primera, me pasó más desapercibido que ayer por la noche.
Ayer sí me di perfecta cuenta: Kaiser Chiefs son LA FIESTA, en mayúsculas, una fiesta en si mismos, sin necesidad de nada más, ellos solos son un festival en el escenario capaz de animar al más muermo y al más exhausto de la sala y convertirlo en otro feliz sudoroso en lo que más que un concierto de pop es una celebración de su grandeza. Tras una versión acortada del «Spanish metal» incluida en su último álbum, no se andaron por las ramas y con su ya legendario «Everyday I love you less and less» revolvieron el Razzmatazz y no le dieron tregua hasta pasadas hora y media. «Everything is average nowadays», «Modern way», «Na na na na nah», «Ruby», su nuevo single «Never miss a beat», los éxitos se sucedieron uno tras otro, implacables, sorprendentemente seguidos,  llegando incluso a hacerme pensar: «Si en la primera media hora de concierto ya están tocando todos estos temazos, ¿cómo van a llenar el resto del concierto?».
Pero qué absurda era mi preocupación. Los de Leeds son una inacabable fuente de euforia, e incluso las canciones de su nuevo disco, que tan flojillas me habían parecido apenas unas horas antes a través de mis auriculares, cobraban una fuerza espectacular bajo los focos del directo, indiscutiblemente acentuadas por la excelente interpretación y la epiléptica puesta en escena del líder del grupo Ricky Wilson, el hooligan más carismático del mundo, que brincó, lanzó panderetas, se paseó por entre el público, se subió a los altavoces y si no se puso a trepar por las instalaciones del Razzmatazz, fue porque un inquietísimo segurata le seguía los pasos y coartaba sus movimientos con cara de pocos amigos.
Pero quedaban todavía temazos, más temazos, entre otros «Thank you very much», «Heat dies down» o «The angry mob», la canción que da título a su segundo álbum y que reflexiona sobre el poder de los medios y lo fácilmente manipulables que son las masas. Y hablando de manipulación de las masas, que manera más efectiva de demostrar sus argumentos que con su triunfal desenlace coreado hasta el infinito por todos los asistentes, siempre guiados por el brazo orquestral del cantante, el más grande genio de la manipulación en cuanto a hacer saltar a la multitud se refiere. Como broche final antes del descanso, la que probablemente es ya la más mítica de sus canciones, «I predict a riot», su cómica crítica de la cervecera noche de fiesta inglesa, o mejor dicho, del final de ella, cuando ya adentrada la madrugada, las guiris oxigenadas vuelven a casa haciendo eses y devorando patatas fritas mientras sus novios se enzarzan en peleas para ver quien coge un taxi primero.
Tras el intermedio les tocó el turno a la nueva y más tranquila «Tomato in the rain», la cara b «Take my temperature» y a«Oh my god»: otro memorable estribillo, otra canción convertida en himno.

Una muy grata sorpresa la que me llevé ayer con Kaiser Chiefs, a los que, tengo que reconocer, me ha costado reconocerles el crédito que merecen. Cierto es que a menudo abusan de sus chillidos marca de la casa y caen en estribillos previsibles, y que pueden no ser el grupo más apropiado si lo que se busca es profundidad y trascendencia, pero es precisamente su sencilla fórmula de efectivas melodías la que los consagra en su grandeza. Y es que a veces, tardamos en apreciar lo bonito de las cosas simples. Como debería suceder con todo buen grupo de pop, Kaiser Chiefs crecen en el escenario y se encargan de hacer felices al público dándoles exactamente lo que quieren, una hora y media de buenas canciones y euforia contagiosa, ¿qué más se le puede pedir a un concierto?

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