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FESTIVAL CRUILLA

La ecléctica propuesta del festival Cruïlla llegó a la Ciudad Condal en su sexta edición ofreciéndonos un fin de semana de música para todos los gustos y colores. Dos calurosos días de conciertos con alma en el Forum de Barcelona por el que desfilaron un total de 31.000 asistentes repartidos en cinco escenarios.

La vertiente más popera del festival se concentró en la jornada inaugural, el viernes. Tras una cola exasperantemente larga que nos impidió prestar la atención que merecía el interesante desfile de ropa solidaria de Amnistía Internacional conducido por el carismático Bruno Sokolowitcz, nos estrenamos con Cat Power en el escenario Deezer.
Ya recuperada del angioedema y los problemas personales que le llevaron a cancelar su gira europea hace unos meses y con esa estética más rockera que le da su melena de punta teñida de rubio, la cantautora norteamericana se centró en su último disco Sun pero dio cabida también a algunos clásicos de su discografía anterior como The Greatest. Fumadora, elegante y con esa voz suya llena de matices capaz de oscilar de la fuerza a la vulnerabilidad en cuestión de segundos, la de Georgia nos ofreció un concierto más que notable con reparto de rosas como colofón final.

 

Tras ella nos lanzamos a los brazos de Ruffus Wainwright. Aparece solo en el escenario con su sonrisa entrañable y su piano de cola negro para regalarnos sus deliciosas melodías. A ratos coge la guitarra y habla amablemente con el público que llena el escenario Estrella Damm sobre el que empieza a ponerse el sol. En un momento dado y con la misma delicadeza con la que desgrana sus canciones, nos pide silencio. “Vosotros sois muchos y yo solo soy uno”, dice, y nosotros callamos y le damos la razón porque, a pesar de que su languidez pueda resultar ligeramente empalagosa a ratos, al ser administrada de golpe en un festival de verano, sabemos que el suyo es un talento que bien merece nuestro total respeto. Y porque cuando entona temas como This Love Affaire, Out of the game, Grey Gardens, Vibrate o, por supuesto, su versión del Hallelujah de Leonard Cohen, su voz sobrecogedora nos acaricia el alma y nos lleva a respirar hondo y dejarnos embriagar con la belleza de la recién estrenada noche. ¡Bravo, Ruffus!
Le llega el turno luego al trovador izquierdista Billy Bragg. Echando mano tanto de temas propios como de versiones (de su admiradísimo Woddy Guthrie All you fascists, California Stars, entre otras− y de los Rolling StonesDead flowers) el británico ofreció un concierto combativo en el que las reivindicaciones políticas y los temazos country fueron de la mano. Muy a mi pesar abandonamos el escenario Time Out justo cuando suena la preciosa A New England, pero no nos queda otro remedio: queremos ver a Suede como es debido, desde un buen sitio cerveza en mano.
Una cerveza que muy pronto se tambaleará peligrosamente al ritmo arrollador del conciertazo que nos regalaron los de Londres. Si la frescura de Bloodspots, su disco de regreso tras once años de silencio, ya nos había sorprendido gratamente en su momento desde la primera escucha, su aparición en el escenario en la noche del viernes nos deja boquiabiertos. ¿Qué clase de pacto extraño ha hecho Brett Anderson con el diablo para seguir tan guapo y tan joven? ¿Cómo es posible que siga con esa misma voz aguda y eléctrica y ese mismo carisma sensual y bailongo de cuando era un chaval? ¡Es inaudito! Sea como sea, el de Suede fue un concierto brutal, en mayúsculas, un directo desbordante de energía y compenetración a pesar de la baja de su batería enfermo (que fue sustituido por Justin Welch, excomponente de Elastica). Así, tanto los grandes temazos de siempre –Trash, We are the pigs, Animal nitrate, So Young, New generation, The Wild ones, Everything will flow, Saturday night y tantos otros – como los muy dignos temas de ese último disco que se hace querer –Hit Me, Barriers o It starts and ends with you – sonaron impecables. Por supuesto, The Beatiful ones lo hizo también, capitaneada por ese Dorian Gray del glam pop descamisado y sudado y la multitud coreando su estribillo eterno como si no existiera el mañana.

Pero el mañana llegó, y con él, nuevos conciertos, marcados por un hilo conductor que se alejaba del indie de la noche anterior para adentrarse en los derroteros del mestizaje.

Iniciamos la jornada con el folklore balcánico de Goran Bregovic y su imponente Wedding & Funeral Orchestra, compuesta de una amplia sección de viento y cuerdas y un gran coro de hombres en traje y mujeres ataviadas con vestidos tradicionales. Armado con su amplia sonrisa y su guitarra eléctrica, el yugoslavo y los suyos convirtieron el escenario Estrella Damm en un hervidero de cachondeo que vivió sus momentos álgidos con temazos como Bella Ciao, Nicoleta y Kalashnikov. 

Después de la tormenta llegó la calma de la mano del trío británico Morcheeba. La inconfundible voz de Skye Edwards y los ensoñados acompañamientos de los hermanos Godfrey arrullaron la noche barcelonesa perfilando temas de su último disco Blood like lemonade y grandes de sus éxitos antiguos como The Sea, Otherwise o la más comercial Rome wasn’t build in a day.

Y mientras la mayoría de la audiencia rapea luego con Snoop Dogg –que aparece con una camiseta del Barça y acompañado de unos mc’s, un dj, un músico, unas bailarinas y un tipo disfrazado de perro que pega brincos por el escenario– nosotros nos dirigimos a una abarrotada carpa para ver a Los Mambo Jambo. Allí están Dani Nel.lo y los suyos dando rienda suelta a su desenfrenado rock’n’roll cincuentero. Con sus melodías de saxofón y guitarra tejidas sobre enganchosos ritmos de contrabajo y percusión, nos lanzan al bailoteo incontrolable y nos regalan un guateque genial.

Con la diversidad musical como bandera y el esfuerzo expreso de huir de cualquier etiqueta capaz de limitar su horizonte, el sello personal del Cruïlla se consolida con fuerza en el panorama de los festivales de verano.

 Y, si bien el amplio elenco de estilos que comprende su cartel a menudo puede entrar en conflicto con los gustos de su heterogéneo público (es imposible complacer a todo el mundo), su apuesta por la autenticidad, por encima de la pretensión de modernidad a toda costa que parece incentivar otros festivales, es tan arriesgada como encomiable. Su vertiente solidaria, materializada en su colaboración con Amnistía Internacional y las iniciativas de recogida de alimentos para combatir la pobreza son las muestras definitivas de su idealismo y su espíritu diferente y necesario. ¡Bien hecho Cruïlla, hasta el año que viene!

Fotos: Desi Estévez

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