“Esa canción tiene que estar escrita para mí”, le explico. “Describe mis miedos y mis sueños como tan sólo un alma destinada a entenderme podría haber hecho. Resume en una frase todo lo que siempre he pensado y en mis veinte años de vida jamás he sido capaz de expresar. En cuanto la escuché supe que eras tú: el espíritu delicado que me acompañaría el resto del camino, el susurro que abrazaría mi cuerpo en las frías noches de invierno”.
La voz me tiembla de la emoción pero mis palabras siguen fluyendo desbordadas de exaltación y sentimiento. Él, sin embargo, no parece escucharlas. Con la mirada vidriosa y la sonrisa ahogada en alcohol, se limita a bajar la cremallera de mis pantalones mientras, al otro lado del lavabo, alguien golpea la puerta con furia y, entre insultos, chilla: ¡ya te la follarás luego! ¡Ahora hay que salir al escenario!