musica

Vida Festival 2015

En plena ola de calor llegó a Vilanova i la Geltrú la segunda edición del Vida Festival, repitiendo su propuesta de presentar una cuidada oferta musical en espacios naturales de gran belleza. Si bien el año pasado contaron con un reclamo de tanto tirón comercial como Lana del Rey, este año, con The War on Drugs y Primal Scream como cabezas de cartel, avanzaban hacia terrenos abiertamente indies al tiempo que hacían énfasis en el compendio de actividades ofertadas al margen de los conciertos: talleres para niños, proyección de documentales, mercadillo de productos artesanales o zonas de picnic (un picnic relativo, ya que la entrada de comida en el recinto no estaba permitida).

Las actuaciones de Ocellot e Hidrogenesse el jueves y las de Les Sueques, Le Petit Ramon y Modelo de Respuesta Polar el domingo supusieron la inauguración y la clausura del festival, que concentró el grueso de su cartel durante las dos jornadas intermedias.

Repartidos en cuatro escenarios, los conciertos estaban programados para que no hubiera solapamientos en los dos principales. En El Vaixell, el barquito encallado en un claro del bosque, se ubicaron las actuaciones más intimistas, como la de Neil Halstead (Mojave 3), cuyo folk delicado estrenó la tarde del viernes, o la de Nacho Vegas, al día siguiente. Acompañado de Abraham Boba a los teclados y de su guitarra acústica (o, a ratos, su ukelele), el cantautor de Gijón atravesó con su voz rasgada el bochorno que, a aquella hora, agobiaba como una metáfora de la opresión contra la que se rebelan sus canciones.

Grupo de Expertos Solynieve nos cantaron con alegría al caer la tarde, frente a la rosada fachada de la masía d’en Cabanyes iluminada por un cielo todavía claro. El Escenario Masia canturreó con Jota y los suyos, que reivindicaron y festejaron con sus buenas armonías salpicadas de gracejo andaluz. A la misma hora aparecería Andrew Bird el sábado, silboteando y manejando con destreza su violín y su guitarra, grabando samples sobre la marcha y sirviéndose de ellos para aderezar sus hermosas y melódicas piezas.

Oscurece. El piano sobrecogedor y el vozarrón de belleza extravagante de Benjamin Clementine invitan a la introspección. Acompañado -por primera vez en directo, según se anuncia en las redes sociales del festival- por una banda compuesta de percusión, segundo teclado y chelo, el londinense se adueña de la noche con sus canciones hondas, tensas, virtuosas, un punto desconcertantes.

Poco después, Joan Miquel Oliver nos arrastra a su particular imaginario de juguetitos, galaxias y enumeraciones bizarras. Con su voz hipnótica, su camisa dominguera y ese acento que tan peculiar nos resulta a los catalanes, el mallorquín teje con su Stratocaster hermosas atmósferas sobre las que asienta su pop cósmico, tan excéntrico y a la vez tan campechano como el propio Oliver. Impresionante el sonido que consigue arrancarle a la pequeña guitarra española de la que se sirve en algunos de sus temas. El despeluchado teclista que ya le acompañaba en Antonia Font y un preciso batería completan el combo. Un final feliç que promete ser tan solo el principio.
Woods, desenfocados 

En el mismo escenario darían un conciertazo los norteamericanos Woods al día siguiente. De aspecto tímido, aniñado y algo freaky, este quinteto de veinteañeros te acarician el alma con sus luminosas melodías un momento para rasgártela con fiereza al siguiente con unos solos brutales que te dejan clavado en el sitio. La particular y agudísima voz de su barbudo líder, acariciada a ratos por los coros del teclista de cómico aspecto parsimonioso, entonó temazos como Cali in a Cup, Is it Honest?, Bend Beyond, Whith Light and Love o Moving to the Left. Los rizos virtuosos de las guitarras y bases rítmicas enredaron la noche en un nudo de psicodelia que dejó boquiabierto al personal. Tres cuartos de hora que pasaron muy rápido.

Completamente opuesto en lo que respecta a actitud resultó , que tiró de posturitas e histrionismos durante toda su actuación y arrancó más de una sonrisa escéptica a una audiencia que no acababa de discernir si el tipo iba en serio o se cachondeaba de su propio personaje. Fuera lo que fuera, ofreció una muy buena actuación, con unos temas que sonaron mucho más animados que en el disco y entre los que destacaron perlas como I Love You Honeybear, Chateau Lobby #4, o Bored in the USA, su balada desencantada hacia su patria sobre la que bromea diciendo que «it was a massive hit in America». Sus comentarios sobre el nivel de descamise aceptado en España, el repentino lanzamiento de guitarra a un miembro del equipo para arrancarse con sus sensuales bailoteos y, en definitiva, sus constantes exageraciones y poses de latin lover (gringo lover, en su caso) resultaron muy entretenidas aunque, tal vez, desviaron un poco la atención que merecía su talento y el de su banda.

Bastante más introvertidos se habían presentado The War on Drugs el día anterior, uno de los grupos con los que más se le ha llenado la boca a la prensa musical desde que su tercer (y hasta la fecha, último) disco calara hondo en las listas de los mejores del año pasado (6º puesto en la de bi fm). Tal vez recelosa por aquel unilateral fervor, la opinión de quien escribe estas líneas fue crítica tras la primera escucha. Salvo esa joya de cadencia dylaniana llamada Eyes to the Wind que me cautivó de inmediato, me parecieron algo aburridos y aquejados de cierta irritante grandilocuencia.
Adam Granduciel de The War on drugs. Foto: Mika Kirsi
Afortunadamente, su directo disipa mi escepticismos: los de Filadelfia crecen en el escenario como solo los grandes grupos logran hacer. Su sonido -asentado en dos teclados, guitarra eléctrica, guitarra acústica, batería y aderezos puntuales de armónica y saxofón -es impecable, contundente, envolvente. La desarrapada manera de cantar de su líder Adam Granduciel contrarresta la épica ochentera de sus acompañamientos y les dota de personalidad propia al tiempo que evidencia sus influencias (imposible no pensar en el trovador de Minessota al escucharle). Canciones como Red Eyes, Under the Pressure o la bailonga Baby Missiles fueron acogidas con grandes alegrías, y dejaron de manifiesto que no solo son un grupo de técnica sino también de buenos estribillos.
Nueva Vulcano tiraron sobre todo de su último disco, Novelería (Bcore, 2015), ante un público entregado al que se le notaba su pasado hardcore (el mismo que el del fundador del grupo Artur Estrada, antes en Aina). Simpáticos en su trato con el público y contundentes en su directo ofrecieron un concierto que fue de menos a más. 

Super Furry Animals aparecieron ataviados con monos blancos y carteles con instrucciones sobre cuándo aplaudir. A pesar de su buen repertorio y de su aparente predisposición para el cachondeo (como insinuaron sus disfraces peludos del final o ese divertido alzamiento de guitarras en corro al estilo «uno para todos, todos para uno»), no lograron animar el cotarro como habría sido de esperar a aquellas horas. Sus divagaciones electrónicas se hicieron algo pesadas en según qué momentos, si bien canciones como Rings Around the World, Golden Retriever, Hello Sunshine o Receptacle for the Respectable sonaron frescas como el primer día.

Primal Scream. Foto: Mika Kirsi 
También les faltó cierta garra a Primal Scream, cuyo líder nos hizo echar de menos la fiereza que exige capitanear un grupo con un repertorio y nombre como el suyo y, en ocasiones, no estuvo a la altura del buen hacer del resto de sus miembros. Escudado tras sus maracas y sus movimientos de melena, Bobbie Gillespie tuvo ciertos problemas de entonación que se hicieron evidentes en muy esperados temazos como Country Girl o Rocks. Aun así, fue imposible no desmelenarse con bombas como Movin On Up, Loaded o Swastica eyes.

Si El Vaixell era el escenario de los acústicos, la Cabaña Jägermusic era la del rock’n’roll. Por allí desfilaron los garajeros The Saurs, los más poperos Martha, nuevas promesas como Mourn o consolidados del género como Los Mambo Jambo.

Con las sesiones de los DJs nos adentramos en la madrugada en la que empieza a desdibujarse la enorme y preciosa luna llena que ha presidido las noches del festival. Arrastrando las piernas de camino a casa, con las cabezas embotadas de efluvios y canciones, nos desdibujamos como ella, esperando volver a verla brillar tras los árboles del Bosc Encantat el año que viene.

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