En plena ola de calor llegó a Vilanova i la Geltrú la segunda edición del Vida Festival, repitiendo su propuesta de presentar una cuidada oferta musical en espacios naturales de gran belleza. Si bien el año pasado contaron con un reclamo de tanto tirón comercial como Lana del Rey, este año, con The War on Drugs y Primal Scream como cabezas de cartel, avanzaban hacia terrenos abiertamente indies al tiempo que hacían énfasis en el compendio de actividades ofertadas al margen de los conciertos: talleres para niños, proyección de documentales, mercadillo de productos artesanales o zonas de picnic (un picnic relativo, ya que la entrada de comida en el recinto no estaba permitida).
Las actuaciones de Ocellot e Hidrogenesse el jueves y las de Les Sueques, Le Petit Ramon y Modelo de Respuesta Polar el domingo supusieron la inauguración y la clausura del festival, que concentró el grueso de su cartel durante las dos jornadas intermedias.
Repartidos en cuatro escenarios, los conciertos estaban programados para que no hubiera solapamientos en los dos principales. En El Vaixell, el barquito encallado en un claro del bosque, se ubicaron las actuaciones más intimistas, como la de Neil Halstead (Mojave 3), cuyo folk delicado estrenó la tarde del viernes, o la de Nacho Vegas, al día siguiente. Acompañado de Abraham Boba a los teclados y de su guitarra acústica (o, a ratos, su ukelele), el cantautor de Gijón atravesó con su voz rasgada el bochorno que, a aquella hora, agobiaba como una metáfora de la opresión contra la que se rebelan sus canciones.
Grupo de Expertos Solynieve nos cantaron con alegría al caer la tarde, frente a la rosada fachada de la masía d’en Cabanyes iluminada por un cielo todavía claro. El Escenario Masia canturreó con Jota y los suyos, que reivindicaron y festejaron con sus buenas armonías salpicadas de gracejo andaluz. A la misma hora aparecería Andrew Bird el sábado, silboteando y manejando con destreza su violín y su guitarra, grabando samples sobre la marcha y sirviéndose de ellos para aderezar sus hermosas y melódicas piezas.
Oscurece. El piano sobrecogedor y el vozarrón de belleza extravagante de Benjamin Clementine invitan a la introspección. Acompañado -por primera vez en directo, según se anuncia en las redes sociales del festival- por una banda compuesta de percusión, segundo teclado y chelo, el londinense se adueña de la noche con sus canciones hondas, tensas, virtuosas, un punto desconcertantes.
Woods, desenfocados |
En el mismo escenario darían un conciertazo los norteamericanos Woods al día siguiente. De aspecto tímido, aniñado y algo freaky, este quinteto de veinteañeros te acarician el alma con sus luminosas melodías un momento para rasgártela con fiereza al siguiente con unos solos brutales que te dejan clavado en el sitio. La particular y agudísima voz de su barbudo líder, acariciada a ratos por los coros del teclista de cómico aspecto parsimonioso, entonó temazos como Cali in a Cup, Is it Honest?, Bend Beyond, Whith Light and Love o Moving to the Left. Los rizos virtuosos de las guitarras y bases rítmicas enredaron la noche en un nudo de psicodelia que dejó boquiabierto al personal. Tres cuartos de hora que pasaron muy rápido.
Completamente opuesto en lo que respecta a actitud resultó , que tiró de posturitas e histrionismos durante toda su actuación y arrancó más de una sonrisa escéptica a una audiencia que no acababa de discernir si el tipo iba en serio o se cachondeaba de su propio personaje. Fuera lo que fuera, ofreció una muy buena actuación, con unos temas que sonaron mucho más animados que en el disco y entre los que destacaron perlas como I Love You Honeybear, Chateau Lobby #4, o Bored in the USA, su balada desencantada hacia su patria sobre la que bromea diciendo que «it was a massive hit in America». Sus comentarios sobre el nivel de descamise aceptado en España, el repentino lanzamiento de guitarra a un miembro del equipo para arrancarse con sus sensuales bailoteos y, en definitiva, sus constantes exageraciones y poses de latin lover (gringo lover, en su caso) resultaron muy entretenidas aunque, tal vez, desviaron un poco la atención que merecía su talento y el de su banda.
Adam Granduciel de The War on drugs. Foto: Mika Kirsi |
Super Furry Animals aparecieron ataviados con monos blancos y carteles con instrucciones sobre cuándo aplaudir. A pesar de su buen repertorio y de su aparente predisposición para el cachondeo (como insinuaron sus disfraces peludos del final o ese divertido alzamiento de guitarras en corro al estilo «uno para todos, todos para uno»), no lograron animar el cotarro como habría sido de esperar a aquellas horas. Sus divagaciones electrónicas se hicieron algo pesadas en según qué momentos, si bien canciones como Rings Around the World, Golden Retriever, Hello Sunshine o Receptacle for the Respectable sonaron frescas como el primer día.
Primal Scream. Foto: Mika Kirsi |
Si El Vaixell era el escenario de los acústicos, la Cabaña Jägermusic era la del rock’n’roll. Por allí desfilaron los garajeros The Saurs, los más poperos Martha, nuevas promesas como Mourn o consolidados del género como Los Mambo Jambo.