La apretada gira en la que Roxette llevan embarcados desde el pasado octubre llegó prácticamente a su ecuador en la capital catalana. Barcelona era el concierto número 28 de los 51 que tienen programados hasta agosto con motivo de su 30 aniversario, y allí se reunieron sus fans el pasado jueves para corear los grandes estribillos de su pop atemporal.
A los que no sabíamos que el tratamiento al que se sometió Marie Fredriksson para combatir el tumor cerebral que padeció en la pasada década había tenido sus secuelas, nos impresionó su entrada en el escenario. Acompañada por un asistente, Mary es trasladada con cuidado hacia una silla desde la que presidirá todo el recital. Su media naranja musical, Per Gessle, saluda efusivo a la audiencia anunciando que nos va a tocar algunas de sus canciones favoritas. Se avecinan temazos.
Suenan los característicos acordes iniciales de Sleeping in my car y empieza la fiesta. Descalza, con una mano en el micro y la otra sobre un bastón sujeto al suelo al que se aferra con decisión, ataviada con una brillante chaqueta negra y unos tejanos rotos sobre sus piernas cruzadas, Mary nos recuerda que the night is so pretty, is so young. Per corretea de un lado al otro del escenario aporreando su hermoso guitarrón, y la sólida formación de músicos que acompaña al dúo (batería, guitarra eléctrica, teclados, bajo y coros) cumplen a la perfección, tanto a nivel musical como escénico. Grandes alegrías con The Big Love y, tras la más reciente Stars, con Spending my time, que lleva a gran parte de los asistentes a alzar sus móviles y optar por inmortalizar el momento en vez de disfrutarlo (y permitir disfrutarlo a los que tienen detrás). Tras Crash! Boom! Bang, Per nos presenta al bajista Magnus Börjeson y celebra que su disco favorito de Roxette no sea Tourism o Joyride, como el de la mayoría, sino Have a nice day. En dicho disco se incluye Crush on you, que tocan luego (no sin que antes Börjeson bromee con que en realidad su disco favorito es el de baladas en español). Tras She’s got nothing on but the radio (de su disco del 2011 Charm School), le llega el turno a la delicada The heart shaped sea, en la que el dúo sueco funde sus voces sobre la guitarra acústica, bajo un fondo de estrellas. A pesar de que la voz de Mary sigue siendo poderosa y bella, a ratos, flaquea. Es entonces cuando la corista Dea Norberg acude en su ayuda y acaba de darle el fuelle que se han cobrado los años y los tratamientos. También el público quiere darle fuerzas, y la aclama con cariño “Mary! Mary!” Ella sonríe y nos anuncia que la canción que va a cantar a continuación es su favorita. Resulta ser Watercolours in the rain, acompañada únicamente por Norberg al piano y enlazada con un fragmento de Paint (canción incluida en su primer disco Look Sharp!).
Tras este intervalo de tranquilidad y hasta el final del concierto, los de Suecia no dan tregua, y sus grandes himnos noventeros convierten el Sant Jordi Club en un hervidero de palmas y bailes. Suenan Fading like a flower, How do you do!, It must have been love (que, según nos explica Per, empezó siendo una canción navideña), Dressed for Success, Dangerous y Joyride. Algunos agudos han sido sustituidos por notas más graves y asequibles, lo que ya nos está bien, porque nosotros, como Per Gessle y Marie Fredriksson, también nos hemos hecho mayores. El tiempo ha pasado para todos excepto para sus canciones, que siguen sonando arrolladoras como sonaban en las radios de nuestra adolescencia, que nos traen la misma felicidad que nos traían entonces.
En medio del subidón, Per presenta a la banda: todos suecos y carismáticos, entre los que destaca el guitarrista (y showman de cuidado) Christoffer Lundquist que, en un momento dado, se arranca a tocar una eufórica versión del himno del Barça. Tras los bises le llega el turno a Listen to your heart, que cantan Mary y su aliada corista sin perderse de vista la una a la otra, caminando sus voces en paralelo por la melodía. Me doy cuenta entonces de que la fragilidad de Mary le ha dado a la velada una nueva dimensión. Lo que tenía que ser solo un concierto de pop se ha convertido también en una muestra de lucha, de amor por el oficio y voluntad de superación personal. Acaban con un triunfal The Look: canturreos generalizados, saltos, y eufóricos la-la-lás. Tras las despedidas, Per sujeta a Mary y, pasito a pasito, abandonan el escenario.
Emprendemos la vuelta a casa con la misma mezcla de emociones de quien, tras años de distancia, se ha reencontrado con un viejo amigo. Por una parte, con la alegría al comprobar que la química sigue viva y se mantendrá siempre. Por la otra, con la inevitable nostalgia agridulce que trae consigo el echar la vista atrás.