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Buddy Holly

Las gafas que agudizaron la mirada del Rock'n'roll

Tener miopía no es divertido, pero tal vez lo sea un poco más ahora que hace unos años. Y es que, de un tiempo a esta parte, llevar gafas mola. Vinculadas a la intelectualidad y a la creatividad, revitalizadas por ese hipsterismo que ha encumbrado todo lo alternativo, las gafas han dejado de ser un mero corrector visual para convertirse en un complemento de moda y toda una señal de identidad. Durante años, sin embargo, las gafas fueron motivo de complejo para muchos. Los compañeros de colegio de John Lennon estaban acostumbrados a que el joven no les saludara por los pasillos porque, para no comprometer su imagen de rocker, se negaba a ponerse sus gafas y andaba ciego como un topo. Tuvieron que transcurrir años de trompazos y broncas de su tía Mimi hasta que decidiera llevarlas en público. Cuando al fin lo hizo, escogió unas gafas gruesas de pasta negra, similares a las que un jovencísimo Elton John había empezado a llevar a pesar de que, por entonces, no las necesitaba.

El motivo de este repentino apego binocular de ambos tenía nombre propio: el de un joven músico norteamericano que no solo componía e interpretaba con destreza sus propias canciones -algo insólito por aquellas épocas- sino que lo hacía apartado de los imperantes clichés de macho alfa. No era cool, ni guapo,  ni se las daba de seductor. No lo necesitaba. Su música seducía en su nombre: unas canciones que, sin corromper la esencia salvaje y divertida del rock and roll tenían una sofisticación adicional, eran portadoras de una insólita belleza melódica que contaba con los juegos de voces y los arreglos cuidados como potentes aliados. ¿Su nombre? Buddy Holly, por supuesto.

Nacido en la ciudad tejana de Lubbock, Charles Hardin Holley (lo de Holly llegó más tarde a raíz de un gazapo ortográfico) cambió a los once años el violín en el que le había iniciado su familia por una guitarra. Perfeccionista, amante de las motos y tozudo hasta la médula, fue uno de los primeros músicos que se negó a ser una marioneta en el estudio de grabación y quiso participar del proceso. Con la complicidad de su mánager y productor Norman Petty, abrazó técnicas pioneras como la grabación en diferentes pistas (multitracking), e ideó originales efectos de percusión mediante apaños diversos. El country y el blues corrían por sus venas de estadounidense sureño, pero el rock and roll le robó el corazón y adoptó gracias a él su forma definitiva: Holly fue uno de los primeros en adoptar la tradicional y autosuficiente alineación de guitarra, batería y bajo eléctrico.

Junto con The Crickets primero y en solitario después, facturó éxitos que marcarían la historia de la música para siempre. PeggySueRave OnOh, boy! , EverydayIt’s so easyHeartbeat y un larguísimo etcétera, sin olvidar, por supuesto, las joyas que los Beatles versionaron en su etapa inicial: That will be the day o Words of Love.

Su influencia no solo se reduce a lo musical: Holly le cambió la cara al rock and roll. Pero no fue fácil. La industria, corta de miras como él, trató de endurecer su imagen. Holly aparece sin gafas en la cubierta de algún disco, y hasta llegó a dar algún concierto sin ellas, con tan mala fortuna que acabó perdiendo la púa en el escenario. Probó con las lentillas, pero eran tan gruesas e incómodas que no las soportaba durante mucho tiempo. Fue el optometrista en su ciudad natal, el doctor J. Davis Armistead, quien acabó perfilando su legendaria imagen. Inspirado por el personaje de una sitcom televisiva, a quien las gafas de gruesa montura negra le daban un aspecto campechano de hombre corriente, consideró que eso era lo que necesitaba su paciente. Como ese modelo no se encontraba en Texas pero sí era popular en México, aprovechó una escapada vacacional para traerse de vuelta un par de monturas: unas negras y otras de color ámbar. Buddy se quedó con las negras, y el resto es historia.

Desafortunadamente, el estrellato en vida le duró poco. Sus primeras grabaciones acababan de cumplir tres años cuando, en la madrugada del 3 de febrero de 1959, un accidente aéreo truncó su corta pero intensa carrera.

Una negra leyenda ocupó el vacío de su marcha, alimentada por lo trágico del suceso y las azarosas circunstancias que lo precipitaron. Buscando la comodidad que no tendría en el autobús con la calefacción estropeada que les llevaba en su gira de invierno, Holly había alquilado una avioneta para que él y los suyos pudieran descansar de camino a su siguiente parada. Un resfriado y una jugada a cara y cruz habían llevado a los músicos de Holly a cederles sus asientos a otros dos famosos artistas de la época: el todavía adolescente Richie Valens -La bamba- y el veterano Jiles Richardson -The Big Bopper-. Ninguno de los ocupantes sobrevivió al viaje. La nieve, la inexperiencia del piloto y el siniestro destino conspiraron para no devolver del cielo con vida a las estrellas.

Una década después, el cantautor norteamericano Don McLean cantó sobre la tragedia en su famosa canción American Pie, refiriéndose al suceso como “el día en que murió la música”. Más allá de su contagioso estribillo, vale la pena prestar atención a la letra de dicha pieza, que combina sus recuerdos de cómo se enteró de la noticia con su homenaje a las estrellas perecidas y al rock and roll que inmortalizó sus almas.

Las gafas de Buddy Holly se creyeron perdidas durante más de treinta años, hasta que fueron encontradas en la oficina del sheriff de un condado de Iowa y fueron devueltas a su viuda. A día de hoy, están expuestas en el centro que lleva su nombre en su ciudad natal, en cuya entrada hay esculpidas unas gafas negras enormes en recuerdo a su más ilustre y querido gafapastas.

Afortunadamente, sus canciones siguieron sonando tras aquella fatídica madrugada. Buddy Holly pavimentó el camino de los que llegaron luego, músicos-compositores que abordaron el rock and roll desde una nueva perspectiva, que no tuvieron miedo de aderezarlo con cuerdas, arreglos, emotivas melodías, armonías vocales. Los Beatles, los Byrds, los Beach Boys cogieron el relevo. En sus obras maestras palpita su legado como lo hace en el corazón del bicho raro de la clase que se atreve a soñar con guitarras y aplausos y, desde su asiento apartado, brillantes sus ojos tras los cristales de sus gafas, sonríe.

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