A Paul McCartney se le perdona todo: los liftings, los pelos teñidos, las mediocres cancioncillas de videoclips pretendidamente artísticos con Natalie Portman haciendo bailoteos absurdos. Se le perdona todo, no sólo por ser el responsable de casi el 50 % del repertorio del mejor grupo de la historia sino también porque a sus 68 años, multimillonario y habiendo superado con creces los límites del éxito que una persona puede llegar a alcanzar en su vida, sigue empeñado en subir a los escenarios y hacer felices a las multitudes que se amontonan a celebrar su talento en cada una de sus conciertos.
2 horas y 45 minutos de felicidad fue exactamente lo que ofreció el pasado sábado 12 de junio en Dublín, antes de partir hacia la isla de Wight, hacer parada por Escocia e Inglaterra y cruzar el charco para embarcarse en una extensa gira que le llevará por los Estados Unidos y por Canadá.
Ataviado con una elegante chaqueta con el característico cuello Beatle sobre una camisa blanca con tirantes, aparece con más de una hora de retraso (¿Y esa puntualidad británica, Paul?) y abre el concierto con 2 canciones de sus épocas con The Wings: “Venus and Mars/ RockShow” y “Jet”, y ya muy pronto, empieza a darnos lo que queremos: «All my loving«, tan sencillamente espléndida como siempre, «Got to get you into my life» o «The long and winding road«, con su piano y su poesía, arrastrados por la brisa del anochecer dublinés y empañando las miradas de los más fanáticos. Tras algunas de sus canciones en solitario como «Highway» o «Let me roll it» les llega el turno a «My love», la bonita balada para Linda, y luego «I’m looking through you», «Two of us» (¡maravillosa sorpresa!) y «Blackbird«, que tal y como explica, fue escrita en plena época de lucha por los derechos civiles de la población negra («bird» es un término coloquial que utilizan los ingleses para llamar a las chicas).
«But times have changed now, we have a black president!» reflexiona en voz alta, y a todos nos viene a la cabeza el concierto que dió hace poco en la Casablanca y que emitieron todas las televisiones del país en las que se veía a Obama cantando animadamente las canciones del ex beatle. Y sí, eso de que una estrella del rock se codee con políticos y millonarios hace tufo, pero como ya he dicho, a McCartney se le perdona todo.
Continua con «Here today», que, nos cuenta: «habla sobre decirle a las personas lo que sentimos antes de que sea demasiado tarde», y que, por supuesto, dedica a su amigo John. Aparecen en las pantallas imágenes de un joven Lennon riendo y haciendo el burro y de nuevo, a algunos, a los más idólatras, o a los más idiotas, que cada uno lo llame como quiera, se nos asoma la lagrimilla, porque por mucho que pasen los años, hay pérdidas que nunca dejarán de pesar. La sigue «Dance tonight«, el single de su último disco que tanto me había desagradado en un principio y al ritmo de cuyo ukelele me sorprendo cantando animada y comentando: «hombre, tampoco está tan mal» para culminar con un desconcertante «a ver, la verdad es que es bastante buena», tal es el efecto subidón que produce el ex beatle y su maravillosa interpretación.
Tras «Mrs Vanderbilt» llega “Eleanor Rigby” y su melancólica reflexión acerca de las gentes solitarias, y luego, sin darnos tiempo de recuperarnos, nada más y nada menos que «Something«. Empieza de manera algo decepcionante, a ritmo de ukelele, como homenaje a George (al que le gustaba mucho este instrumento). Sin embargo, cuando estoy a punto de criticar estos arreglos por haberse cargado la dulzura y la delicadeza de la versión original, ¡sorpresa! empieza a sonar el característico punteo de Harrison que da paso al «Something» que conocemos, y este repentino encuentro con la obra maestra del Abbey Road, resulta aún más emocionante si cabe al llegar de manera tan inesperada.
La sigue “Sing the changes”, del disco experimental que sacó junto con el productor Martin Glover bajo el nombre de The Firemen, el éxito de The Wings «Band on the run» y a partir de entonces y hasta el final del concierto no nos da tregua. El cachondeo de Ob-la-di Ob-la-da, el genial rock’n’roll de “Back in the URSS”, el lado más soul de “I gotta Feeling”, los afinadísimos coros de “Paperback Writer” y la experimental “A day in the life”, la obra maestra de John con las logradas distorsiones de George Martin, interpretadas por Paul y su banda más de 40 años después y manteniendo intacta su evidente calidad. Enlaza ésta última con un inesperado y siempre animado “Give peace a chance” y entonces llega uno de los puntos álgidos de la noche (otro más de los muchísimos que ha tenido, quiero decir): Paul se sienta al piano y se pone con el “Let it be”, siempre insuperable, siempre sobrecogedora. Y es aquí cuando las palabras no son suficientes ya que ningún grandilocuente adjetivo que pueda yo redactar ahora le haría justicia al sentimiento que le embarga a uno al escucharla en directo.
Llega “Live and let die”, con su nostálgico inicio desembocando en un espectacular y precioso juego de fuegos artificiales que estallan en la noche y dan paso a su frenético estribillo instrumental. Luego, otra de sus maravillas al piano y de nuevo, me quedo sin palabras: “Hey Jude”, tan dulce, tan sublime, tan sencilla y llena de trascendencia al mismo tiempo. Culmina la melodía, por supuesto y como no podía ser de otra manera, con su arrastrado y entrañable coro final, cantado por una multitud entregada y dirigida por un simpático Paul que va orquestando con alegría (now only the ladies.. now only the fellas.. now all together!).
Llega el momento de los bises, y durante los momentos en los que el escenario se queda vacío, respiramos hondo, e intentamos recuperar el aliento y nos miramos todavía fascinados, conscientes de estar viviendo algo que recordaremos para siempre. Pero aquello dura poco: tras unos segundos aparecen con “Day Tripper” y las reflexiones se van a la porra al son de su característica línea de bajo. Las siguen “Lady Madonna” y “Get Back”, tras la que el grupo hace reverencias, saluda y se despide: parece que realmente el concierto ha llegado a su fin. Nos quedamos esperando a oscuras con la sospecha de estar haciendo el tonto pero con un resquicio de nerviosa esperanza: puede que vuelvan a salir. Y efectivamente, así lo hacen, tras dos largas horas de concierto, el multimillonario de 68 años nos ofrece un segundo bis.
Sale Paul sólo con una guitarra, y nosotros sonreímos felices, porque sabemos bien lo que toca ahora: “Yesterday”, por supuesto, inmortal, única. Luego un cambio radical: la desgarradora y sorprendentemente moderna para su época “Helter Skelter” y finalmente, el “Sgt Pepper’s” en su versión reprise, enlazada con el “The End” que cierra el Abbey Road, y a la vez, este insuperable concierto.
“And in the end the love you take is equal to the love you make”, nos canta Paul con su voz suave, antes del triunfal y emocionante guitarreo final. Y no le falta razón. Sigue dándonos amor Macca, que nosotros continuaremos devolviéndotelo con la devoción y el cariño que te mereces.