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Nubosidad variable

Dos mujeres atrapadas en complicados momentos vitales se encuentran por casualidad en una galería de arte. Antiguas amigas de la infancia, los vaivenes emocionales de la primera juventud sacudieron el vínculo que las unía hasta convertirlas en adultas despojadas de su viejo punto de apoyo. Pero nunca es tarde para reconocerse en una mirada amiga: a partir de ese encuentro se iniciará una relación epistolar entre ellas en las que el refugio de la escritura se convertirá en trampolín y válvula de escape.

Carmen Martín Gaite, la escritora que aseguraba que La literatura es como un consuelo de esa sed de expresión que a veces la vida nos niega, se sirve de esa sed de expresión de las protagonistas para desgranar con maestría sus identidades. Los personajes se convierten en cómplices, en pupilas en las que reflejarse, en fragmentos de inspiración.

Desde ese arranque fantástico en el que se nos da cuenta de las pequeñas miserias cotidianas de Sofía en forma de manchas de humedad en el techo de su vecina, Nubosidad variable está llena de reflexiones memorables y actitudes con las que identificarse. Las protagonistas de esta novela son mujeres muy diferentes la una de la otra, y aun así, resulta desconcertantemente fácil reconocerse en ambas. Martín Gaite nos las descubre con todas sus aristas y recovecos, con toda su fuerza y toda su vulnerabilidad, con una precisión que no solo denota genio literario sino también gran conocimiento del alma humana.

Yo personalmente me he sentido muy cerca de la olvidadiza y dispersa Sofía, a la que le va la cabeza por un raíl y la vida por otro, incapaz de ubicar cronológicamente sus recuerdos pero aquejada a la vez de la obsesiva necesidad de hacerlo. Desde que eras pequeña necesitabas entenderlo todo enseguida (..) Poner la vida por orden. Y no siempre se puede.

He comprendido su desasosiego al pensar en todas esas horas gastadas en sortear los escollos de la realidad para lograr aprobar materias que no me acuerdo de qué trataban, en las que ni siquiera me doy por examinada, a pesar de haber lidiado tanto con ellas. Porque lo único que sé de esas asignaturas es que siempre hay que estar haciéndoles frente como si fuera la primera vez, y el miedo a suspenderlas sigue siendo el mismo.

He vivido como si fuera mía esa fatiga demoledora tras una larga noche de insomnio en la que su marido borroso le recrimina no haber alabado lo suficiente las dotes incomparables de su hermana para la decoración de interiores. He sonreído amargamente al reconocerme en su incapacidad de estar a la altura de esa dinámica cuñada entregada con verdadero entusiasmo a preparar croquetas, emparedados y otra serie de apetitosas viandas propias de picnic.

Y en definitiva, me he visto muy identificada en su imposibilidad de entenderlo todo, de acordarse de todo, de encontrar el papel que busca en la maraña de documentos de las carpetas que se acumulan sin clemencia por los rincones, de ubicar la fuga responsable de esas manchas de humedad que nunca aparecían en el mismo sitio. «Debe ser el lavabo esta vez. ¿No tienen ustedes el lavabo en aquella esquina? » «Pues no sé, no me oriento.» Fiscalizada por los ojos azules y fríos de mi vecina, miraba al techo, como quien contempla un mapa desconocido sobre el que hay que tomar posiciones para decidir una batalla inútil.

Pero también me he sentido muy cerca de Mariana, oculta bajo su careta de mujer racional, práctica, fría y fuerte para combatir sus crisis existenciales. De sus miedos y sus actitudes a la defensiva, de su añoranza hacia esos años de juventud en los que nada dejaba marca. De sus grandes contradicciones internas, de sus amores echados a perder, de sus sentimientos encontrados. Por una parte me muero de ganas de que pase el tiempo, pero por otra estoy a gusto así, arropada por esta desazón de lo no resuelto…

Sobre todo he comprendido esa lejanía que imponen los años en la vida, esa nostalgia hacia amistades que cambiaron o se perdieron, esa necesidad de recuperar los vínculos de entonces. Porque con las amigas puedes desahogarte y decir que la vida es un asco, pero también reírte y quitarle importancia a los disgustos de juventud, y recordar cosas de los veraneos y letras de canciones y películas, en fin, un intercambio, porque, si no, acabas loca, pierdes hasta el sentido del humor.

Crecer es empezar a separarse de los demás, escribe Sofía en un momento dado. La lectura de Carmen Martín Gaite es el camino de vuelta hacia el calor y la cercanía del punto de partida.

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