Libros

Las cosas que perdimos en el fuego

Esta ha sido una lectura de primeras veces. Ha sido mi primer contacto con Mariana Enríquez, aclamada y singular autora argentina. Mi primera vez participando en una lectura conjunta: book club virtual en el que semanalmente se intercambian impresiones en Telegram. Y mi primera vez en Lecturas en la tribu, fantástica comunidad lectora que ha aportado puntos de vista determinantes en mi manera de entender este compendio de relatos.

Es muy posible que, de haber leído este libro en soledad, me hubiera quedado en la superficie. No había entendido las referencias a los santos callejeros de El chico sucio, ni las metáforas escondidas en Tela de araña. Más importante: tal vez habría pasado por alto el fantasma del pasado político de Argentina planeando en cada una de las páginas de este libro. En algunos relatos como en La Hostería, los ecos de la represión son más evidentes. En otros, como La casa de Adela, pueden pasar desapercibidos al lector despistado. Lecturas sucesivas (o en mi caso el chivatazo de @paseadoradelibros) ayudarán a detectar referencias a las desapariciones perpetradas por el Estado durante la década de los setenta y ochenta. Frases como Nunca la encontraron. Ni viva ni muerta recuerdan demasiado a esa premisa con la que se escudaba el sanguinario dictador Videla para evadir responsabilidades ante sus atroces actos. La protagonista de este relato, vuelta de tuerca al género de las casas encantadas, sería rescatada por Enríquez años después en su novela Nuestra parte de noche (Premio Herralde de Novela 2019).

El terror social y el fantástico se dan de la mano en estos relatos en los que la reflexión y la interpretación del lector juegan un papel importante. Mariana nos enfrenta con sucesos reales como los secuestros infantiles (El chico sucio), los asesinos en serie (Pablito clavó un clavito), la brutalidad policial (Bajo el agua negra), los feminicidios (Las cosas que perdimos en el fuego), los desequilibrios mentales (Fin de curso), el aislamiento social (Verde rojo anaranjado), pero siempre desde una perspectiva misteriosa que juega con los vacíos y el desconcierto. Resulta interesante comprobar cómo los interrogantes de la primera lectura van cambiando con lecturas o debates sucesivos: como brincan, mutan, se disuelven, o todo lo contrario, se multiplican dando pie a nuevos interrogantes. Nada de carne sobre nosotras supuso para mí un claro ejemplo de ello: primero me pareció cómico y absurdo, luego escalofriantemente lúcido, finalmente me trastocó con su politizado final.

Cierto es que me sobró alguna que otra gratuita incursión morbosa y que relatos como El patio del vecino y Los años intoxicados me dejaron bastante indiferente (aunque con cierta molestia interna, eso sí, al sospechar estar perdiéndome algo). Pero en general me ha resultado una muy interesante lectura que me ha acercado a terribles realidades  que no deberían de caer en el olvido.

Un curiosidad para acabar: el título del libro no tiene nada que ver con la canción Things we lost in the fire de los ingleses Bastille, sino con el disco de los norteamericanos Low titulado igual. Enríquez ya había utilizado referencias melómanas en su segunda novela Cómo desaparecer completamente, que parte del How to disappear completely de Radiohead. Sugestivas bandas sonoras para poner el broche final al particular universo de esta notable escritora argentina.

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