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Un antropólogo en Marte

En Un antropólogo en Marte, Oliver Sacks nos presenta siete casos clínicos de personas afectadas por singulares patologías psíquicas. Ya sean así de nacimiento o como resultado de tumores, accidentes u operaciones quirúrgicas, los protagonistas de este libro conviven con cerebros atípicos que les llevan a experimentar la realidad de una manera muy diferente a la que determina la norma. 

En El caso del pintor ciego al color, un pintor pierde su capacidad de reconocer los colores y se ve obligado a vivir en un mundo de grises cuya intensidad varía según la intensidad de la luz que se posa en ellos. Gracias a la extraordinaria capacidad de adaptación de cerebro el pintor acaba agudizando sus facultades visuales y es capaz de superar el trauma inicial hasta el punto de que cuando surge la posibilidad de reeducarse para recuperar su concepción del color, acaba rechazándola por considerar que su nueva visión “se ha vuelto altamente refinada, privilegiada, que ve un mundo de pura forma, sin la confusión que aportan los colores”. 

Esta extraordinaria plasticidad del cerebro resulta contraproducente en cambio en el caso de Ver y no ver, en el que un ciego recupera la visión tras ser operado de cataratas. Por mucho que su vista funcione, el sujeto ha olvidado como utilizar sus ojos y solo es capaz de ver manchas de color que no puede interpretar. “Igual que en los sordos las zonas auditivas del cerebro se reasignan para desempeñar una función visual, en ausencia de estimulación visual, la corteza visual que queda se subdesarrolla”  

En Prodigios, Sacks pone el foco en personas  con diferentes grados de autismo dotadas de facultades extraordinarias. Sujetos que a menudo combinan múltiples talentos, “prodigiosamente retentivos con los detalles” , para los que “lo grande y lo pequeño, lo trivial y lo importante, pueden mezclarse indiscriminadamente, sin ningún criterio de orden, de diferencia entre lo que está en primer o segundo plano”. El rasgo definitorio del autismo es la soledad mental y la profunda incertidumbre de su entorno sobre lo que realmente piensan o sienten. La protagonista de Un atropólogo en marte, sin embargo, es capaz de hablar de sus sentimientos y experiencias. Ella tiene Asperger, la modalidad que define a esos autistas “altamente funcionales” capaces de tener consciencia de ellos mismos. Incapaz de interacción social significativa con sus semejantes, la zoóloga y profesora universitaria Temple Grandin sentía en cambio una profunda empatía hacia los animales que la llevó a reinventar la industria ganadera en pro de un mayor bienestar animal. Gracias a mis compañeras de Lecturas en la tribu me entero de que su historia fue llevada al cine en una película protagonizada por Claire Danes

En Vida de un cirujano, conocemos a un médico con síndrome de Tourette cuyos tics y manías desaparecen cuando está en quirófano o realizando otro tipo de actividades automatizadas en su cerebro como conducir en coche o incluso pilotar su propia avioneta. 

De los casos que más me han llegado se encuentra “El último hippie”, en el que un joven se ve afectado por un tumor que le deja ciego y le incapacita para generar nuevos recuerdos. Lo más chocante es que el joven no es consciente de su ceguera, de  manera que cualquier iniciativa para ayudarle a llevar una vida normal, como por ejemplo el aprendizaje del braile, cae en saco roto. “Si estuviera ciego, sería la primera persona en saberlo”. Esta “incapacidad de  retener en su mente una ausencia” se hace patente también al morir su padre, cuando pocos minutos después de comunicársele la noticia y sentirse profundamente afectado por ella, la olvida. ¿La explicación científica? Al tener el lóbulo temporal de su cerebro dañado no funcionaba la transferencia de percepciones de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo. Existía, sin embargo, una excepción a esta distrofia de su memoria: la música. El joven, gran melómano y fan acérrimo de los Grateful Dead, sí era capaz de aprender con facilidad nuevas canciones que recordaba tanto en el corto como el largo plazo. “Parecía no existir ninguna duda de que la música le conmovía hondamente, que podía ser una puerta a profundidades de sentimiento y significado a las que normalmente no tenía acceso”. 

Mención especial merece también El paisaje y sus sueños, en que un pintor es capaz de plasmar de memoria y con prodigioso detalle los paisajes de su niñez.  Obsesionado con su infancia idealizada, el pintor experimenta regresiones a su pasado en las que sus recuerdos se apoderan de él a la manera de un sueño, con imágenes que puede explorar en varias direcciones según la orientación de su cuerpo, y siendo capaz incluso de percibir olores, sonidos y texturas. Estas visiones han sido estudiadas y están asociadas a “actividades epilépticas en los lóbulos temporales” del cerebro. Pero esa prodigiosa lucidez retrospectiva pasa factura: ahogado por la nostalgia, el sujeto es incapaz de disfrutar de su día a día. Cuando se trata de competir contra un recuerdo idealizado, la realidad tiene todas las de perder…

De manera amena y empática, Sacks combina anécdotas con evidencia científica para proporcionarnos una interesante lectura. Y si bien se explaya demasiado en ciertos puntos y en ocasiones llega a repetirse, sin duda lo hace porque no quiere dejar fuera ningún detalle que pueda ayudarnos a comprender mejor las complejas estructuras de nuestro cerebro. Una lograda combinación de divulgación y entretenimiento. 

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