Lectores y crítica han caído rendidos. Patria ha revolucionado el sector editorial y ha devuelto la literatura de primer orden a los estantes de los libros más vendidos. Este feliz logro es aún más meritorio si se tiene en cuenta el espinoso eje sobre el que se sustenta la novela, durante años silenciado por miedo a fatales represalias y todavía a día de hoy doloroso y controvertido.
El terrorismo de ETA se llevó por delante a más de ochocientas víctimas y mantuvo a la sociedad vasca en las penumbras del miedo durante casi medio siglo. Página a página, el autor nos adentra en el corazón de la contienda con la cercanía de un vasco más y la sensibilidad y eficacia de un artista de las letras.
La trama nos lleva por los recovecos de un pueblo de calles frías en que la cruzada abertzale marca las relaciones sociales de sus vecinos. Por su iglesia, con curas de voces beatas y malos alientos que ensalzan entre bambalinas las proezas de sus gudaris (guerreros, en euskera) y les aseguran a sus madres el destino heroico de sus hijos. Por su taberna, en la que se exhiben fotos de terroristas a modo de estrellas de rock como reclamo para conseguir propinas para la causa. Por sus plazas y sus paseos, donde se niega el saludo a los desafortunados cuyo nombre salpicado de insultos aparece pintado en las paredes de madrugada, irremediable condena al repudio vecinal en el mejor de los casos y a los tiros por la espalda en el peor. Arraigados a todos estos lugares se nos descubren sus habitantes: gentes con sus heridas y sus esperanzas que el autor retrata de manera magistral, posando nuestra mirada ante sus debilidades, sus motivaciones y sus contradicciones. Lo logra con un estilo directo, muy personal, sin florituras que estorben y con una sencillez que consigue, paradójicamente, transmitir lo más complejo: la amalgama de grises de la que estamos hechas las personas.
Los aspectos más crudos del conflicto −las pistolas, la extorsión y la sangre en la acera− conviven con las partidas de cartas, los olores a ajo frito desde la cocina y las carreras en bicicleta. Y la vida sigue una vez apretado el gatillo. Pero nunca vuelve a ser igual. Ni para la viuda incansable que le explica en el cementerio a su Txato, a su Txatito, que “la banda ha decidido dejar de matar” (el fin de la lucha armada es el punto de partida de esta novela-puzzle) ni para la hija díscola ni el hijo formal que buscan, cada uno a su manera, dar salida a su tristeza. Pero tampoco para la madre feroz que viaja largas horas en autobús para visitar a su hijo encarcelado, ni para el padre que se esconde en su huerta para llorar, ni para el terrorista que siente el frío acero de los barrotes en una calva que no tenía cuando entró en prisión.
Nacido el mismo año de la fundación de ETA, el escritor Fernando Aramburu ya había tratado el terrorismo en su libro de relatos Los peces de la amargura y su novela corta Años lentos. Residente en Alemania desde hace más de dos décadas, su próxima novela verá la luz este nuevo año. Con Patria ha llevado al papel las cicatrices necesarias de un país que avanzará con el perdón pero no con el olvido. Una productora prepara su adaptación a serie de televisión y suscita dudas y expectativas. ¿Estará a la altura? Sea como sea, siempre podremos acudir a las 642 páginas de Patria: la derrota literaria de ETA y el triunfo de la novela contemporánea.