Una madre que escapa de la vida mediante el delirio y una hija que escapa del trauma mediante la escritura: estas son las protagonistas de “Nada se opone a la noche”, emocionante novela autobiográfica de Delphine de Vigan.
La autora francesa comparte con el mundo la historia de su madre: desde su infancia como niña de los anuncios de la tele hasta su suicidio en un apartamento de París. Entre estos dos extremos, la tortuosa trayectoria vital de una mujer marcada por la enfermedad mental. Subidas, bajadas, tropiezos, remontadas. Y terribles secretos que se van desvelando a lo largo de las páginas ante la mirada consternada del lector. En paralelo a la biografía materna, la autora desgrana también las penas de su catarsis literaria, la enorme perturbación de desenterrar telarañas, enfrentarse al dolor y sobre todo, el terrible miedo de decepcionar y/o herir a sus seres queridos descubriendo oscuridades que no pueden dejarles indiferentes.
Por medio de entrevistas a familiares, grabaciones y diarios personales, De Vigan teje el perfil biográfico y emocional de esa figura misteriosa que fue siempre su madre: Lucile Poirier, la tercera de nueve hermanos, una niña de belleza ausente y melancólica, el ojito derecho de su padre, “un muro de silencio enmedio del ruido”. La tragedia familiar sacude su infancia y la lleva a desarrollar desde muy pequeña conciencia de la fragilidad humana. “De pronto percibió lo vulnerables que eran, cómo en el fondo la vida pendía de un hilo, de un paso en falso, de un segundo de menos, o de más. Todo, y sobre todo lo peor, podía ocurrir. El piso, la calle, la ciudad contenían un número infinito de peligros, de posibles accidentes, de dramas irreparables”.
Esa niña vulnerable, con tendencia a la preocupación, que no podía dormir pensando en la clase de gimnasia del día siguiente, crece para convertirse en una joven esposa y madre. Nace la autora y el relato de su madre nos descubre también el suyo: el de su niñez en hogares desordenados, macarrones y olor a hachís desde el cuarto de los mayores. La en apariencia inofensiva dejadez de esa madre poco convencional adopta poco a poco visos siniestros. Las sacudidas de la vida y los demonios del pasado pasan factura. Se invierten los papeles materno-filiales. “Lucile sabía que la observaba desde mis doce años, con ese aire de saberlo todo sin haber aprendido nada, esa forma de demostrar en silencio mi desaprobación. Lucile sabía que la juzgaba”.
El bombazo del trauma explosiona a mitad del libro, aproximadamente, en paralelo a la ruptura de la realidad de la madre. Llegan los internamientos, los delirios y más tarde, la vergüenza, la niebla, la tristeza. “El despertar es horrible. El momento en que paso de la inconsciencia a la conciencia es un desgarro”.
Pero no todo son penurias en este libro. También hay fuerza, calor familiar y grandes momentos de superación. Y a pesar de su trágico final, resulta esperanzadora esa capacidad de crear algo hermoso a partir de lo más oscuro. Lucile vive en la obra de su hija y, en cierta manera, sus palabras le dan la voz que nadie quiso escuchar. De Vigan se acerca a su madre por medio de la escritura y el lector es testigo de ese acercamiento que es a la vez despedida y reconciliación. “Me gustaría expresar el tumulto, pero también la dulzura”, manifiesta la autora en un momento dado. Logra eso y mucho más.