La última novela de Ignacio Martínez de Pisón narra la historia de una madre y un hijo que se abren paso en la vida sin más abrigo que el que se ofrecen mutuamente. Aislados de vínculos familiares y afectivos, han rondado por diferentes puntos de la geografía española hasta echar amarras en Miami Platja para regentar un camping cercano a una central nuclear recién incendiada. Pero un secreto nubla los orígenes de esta familia monoparental: Iván no era un hijo deseado y si finalmente nació fue para paliar el dolor de la trágica muerte de su padre en un accidente de coche camino a una clínica abortista de Portugal.
La entrada en la edad adulta de Iván hará crecer en su interior la necesidad de conocer su historia y sus raíces, lo que le llevará a tender puentes con aquellas otras vidas que podría haber llevado: la familia que podría haber tenido, la ciudad en la que podría haber vivido. En paralelo, surgirá un amor en su vida que le hará replantear sus prioridades y reafirmará su voluntad de independencia. Anhelos vitales legítimos que, sin embargo, entrarán en colisión con el mantenimiento del (abusivo) pilar afectivo materno.
Fin de temporada reflexiona sobre las dependencias emocionales y el estrecho límite que separa el amor incondicional del amor tóxico. A su vez, indaga en la necesidad de construir la propia identidad, en los traumas, las fragilidades psicológicas y la capacidad del dolor para sacar lo peor de uno mismo (el maltrato de Rosa a Mabel en el camping o el silencio cobarde de Iván a Celine son ejemplo de ello).
El periplo de Iván en busca de su propia identidad le sirve a Pisón para lucirse en un arte que domina: el de pasearnos literariamente por las calles de diferentes emplazamientos y tejer así una especie de red geográfico sentimental en la que enredarnos junto a sus personajes. De la mano de Iván recorremos Logroño (ciudad en la que vivió en su infancia el autor y sobre la que me comentó su deseo de escribir algún día), Torrelavega, Bilbao, Plasencia, Tolousse…
El episodio de Plasencia (que narra el encuentro de Iván con su familia paterna) es el que más he disfrutado, tal vez por esa maestría de Pisón en retratar los detalles que conforman el imaginario familiar, como lo son esos servilleteros y cepillos de dientes con colores asignados a cada miembro, convertidos aquí en símbolo del papel que nunca se desempeñó y las anécdotas que jamás se vivieron.
El autor introduce algunos cambios en “Fin de temporada” que le alejan de su habitual universo literario. El primero es su ubicación cronológica. Pisón abandona su predilección hacia las épocas de la posguerra y transición, y ubica el grueso de esta novela a finales de los años noventa, la época más reciente que ha plasmado hasta la fecha. La segunda es la importancia de este contexto histórico en la trama. Si bien sí se describen sucesos que tienen un impacto en el devenir de los acontecimientos (como el incendio de la nuclear de Vandellós, que permite a Rosa comprar los terrenos del camping), su importancia es residual si se compara con el de sus anteriores novelas, ineludiblemente ligadas al contexto en el que se desarrollaban.
Otros aspectos se mantienen inmutables, como su precisión y lucidez a la hora de crear personajes memorables, a menudo mediante la narración de entrañables aspectos cotidianos que los retratan: la madre paciente que una vez al año le quita las pelusas a los jerseys con una cuchilla, el familiar bonachón que llora de risa con chistes malos, el tío excéntrico que hace taichí o el afán protector que deposita Mabel (fantástico personaje secundario) sobre su huerto. Este huerto cobra importancia avanzada la trama y protagoniza el que me ha parecido uno de los episodios más desgarradores de la novela. Esto es algo que me ha sorprendido de “Fin de temporada”: su dureza. Pisón abandona ese territorio agridulce al que nos tiene acostumbrados para abrazar abiertamente lo amargo.
Los protagonistas de esta novela son esclavos de sus equivocaciones, sus secretos, sus egoísmos y sus cobardías. Por mucho que se esfuercen, por mucha ayuda que reciban, por mucho que sueñen con llevar otras vidas, al final son sus decisiones las que tejen su día a día. Nadie es más que su pasado y su presente. O en boca de Iván: “Porque las otras vidas con las que había fantaseado no existían y esa era su única vida posible”.