Desde sus tiempos como aprendiz en las sesiones iniciales de los de Liverpool (asistió, de hecho, a la primerísima en la que Ringo se sentó a la batería) hasta las de Revolver, Sgt. Pepper’s y Abbey Road en las que trabajó como ingeniero principal, Emerick fue testigo en primera persona de la progresiva consolidación de su sonido y del fenómeno que trajo consigo. Sus recuerdos son por tanto de gran valor y ofrecen al lector la oportunidad de tomar asiento junto a él, mano a mano con George Martin, tras la mesa de mezclas de los estudios Abbey Road.
Tantas grabaciones esconden cientos de anécdotas, tanto personales como musicales, ilustrando a la perfección estas últimas unos métodos muy poco ortodoxos en los que la imaginación y la astucia compensaban la falta de tecnología de la época.
De izquierda a derecha: Brian Epstein (manager), George Martin (productor) y un jovencísimo Geoff Emerick |
Muy a menudo, esta búsqueda incesante de efectos requería de medidas que incumplían las estrictas reglas de grabación de Emi y ponían en riesgo el puesto de trabajo del autor. Fueron precisamente estas técnicas revolucionarias las que desempeñaron un papel clave en la creación de muchas de las obras maestras que conocemos hoy en día y le valieron a Emerick dos grammys por su trabajo en Sgt. Peppers y Abbey Road.
Pero la experimentación había empezado ya años atrás, en los tiempos del Revolver, en unas sesiones hoy míticas entre las que cabe destacar aquella en la que Lennon le pidió a Emerick que para Tomorrow never knows quería que su voz sonara como la del Dalai Lama cantando desde la cima de una montaña. La grabación de esa canción fue la primera en la historia que utilizó como técnica la superposición de loops (muestras de sonidos exactos que son grabados en secuencia dando una sensación de continuidad), base de la música electrónica y muchos otros estilos actuales. ¡Los inventaron entonces, en los sesenta, en aquellas frías oficinas de Abbey Road!
El fin de las giras en el 66 les permitió ir más allá e incluir en Sgt. Peppers efectos que en aquella época habrían sido imposibles de interpretar en directo. En unas sesiones larguísimas que solían empezar a medianoche y durar hasta avanzadas horas de la madrugada, mediante la superposición de capas y capas de sonido, fueron capaces de crear canciones cada vez más complejas,dando cabida a elaboradas orquestaciones, arreglos de music hall, instrumentos hindúes y hasta voces de animales.
John Lennon se nos presenta como un tipo brillante e ingenioso pero con un carácter extremadamente cambiante e imprevisible: encantador un segundo y odioso al siguiente. Se nos habla también de sus inseguridades (siempre insistiendo en disfrazar su voz y dudando de la calidad de sus interpretaciones) y de su impaciencia por obtener resultados en el estudio así como sus dificultades para verbalizar sus ideas.
Son los tiempos del White Album, tras el desengaño en la India (de todos menos de George) y la creación de Apple (su propio sello discográfico, cuya ─mala─ gestión les valió incontables enfrentamientos), un periodo de crispación general que, finalmente, lleva a Emerick a abandonar la grabación y a renunciar a participar en el legendario disco.
Por lo que respecta a George Martin, su figura varía a lo largo de la narración. Si en un principio se nos muestra como un pesonaje clave con las ideas muy claras cuya voluntad se escucha y se respeta, el relato de Emerick nos describe al George Martin de las últimas épocas como un simple peón sin voz ni voto en manos de las cuatro archiestrellas más rentables de la historia.
Uno de los episodios más emocionantes del libro es probablemente aquél en que se narra el reencuentro en Abbey Road en los 90 para el lanzamiento del Beatles Anthology, el momento en que Emerick, Martin, Paul, George y Ringo escucharon las grabaciones inacabadas de Lennon y su familiar voz nasal arrastrándose por el estudio hizo que lo sintieran tan carca y a la vez tan lejos.
Y el lector, partícipe del intenso pasado en común que encierran esas cuatro paredes, se pone nostálgico también e imagina el torbellino de emociones que debió de sacudirles entonces. Tal vez recordaran los ataques de risa tras los porros compartidos, las narices de payaso en A day in the life o las tostadas y tazas de té en la madrugada mientras la ciudad dormía. O tal vez recordaran la grabación de She loves you con el estudio abarrotado de fans histéricas, o la primera vez que John les cantó Strawberry Fields acompañado tan solo de su guitarra y su voz soñadora y lejana. Recordarían la magia y los buenos momentos y tal vez se maravillarían, como sigue haciéndolo el mundo, al redescubrir la grandeza inigualable de unas canciones que estarán aquí para siempre.