La autora mallorquina Almudena Sánchez se mira por dentro en Fármaco para exteriorizar los demonios que desembocaron en el negro nubarrón de su depresión. Con valentía, sensibilidad y humor, nos descubre dolorosos peajes de su pasado así como los bálsamos químicos y literarios que consiguieron arrastrarla fuera del hoyo.
Marcada desde pequeña por esa condición de forastera a la que le condenan sus amistades por el hecho de ser castellanoparlante (Nunca sentirás estas canciones como las sentimos las mallorquinas de verdad, le previenen cuando se hace fan de Antonia Font o Manel), vapuleada por traumas profundos como el bullying o el cáncer, amanece un día en el que sencillamente la faltan las fuerzas. El alma tiene memoria y esta puede llegar a pesar demasiado hasta sentir:
Un cerebro tan salpimentado de recuerdos (de onirismo) que lo cogería, lo sacaría de mi cabeza ahuevada y lo metería en la lavadora con una buena dosis de detergente blanco nuclear. A rodar. A limpiarse.
Personajes memorables (esa Tía Antonina que recorre una invernal Madrid en busca de melones, que lee en la penumbra mientras espera a su sobrina en sus visitas al psiquiatra, que se solidariza con su negrura) conviven con anécdotas personales y reflexiones literarias:
La emoción siempre está lejos de las palabras. Está más en los silencios, y cuando empezaba a llenar el folio en blanco de palabras y más palabras y más palabras, me encontraba aterida y cabizbaja con el riesgo de desbocarme y de que mis palabras sonaran otra vez y otra vez y otra vez a blablablá…
A mí personalmente me habría gustado que la autora se desbocara más en ocasiones, que alargara esos capítulos sobre su pasado y su enfermedad en vez de recurrir a tweets o pesadillas a toda página, con el consiguiente desperdicio de papel. Recurso que responde probablemente al deseo de ceñirse a esa arraigada concepción suya de la simetría y los huecos (Haz las cosas en su justa medida), pero que ha generado en mí una sensación de interrupción cuando más estaba disfrutando de la lectura. La poderosa voz de Almudena Sánchez me ha emocionado más que sus silencios.