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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Un adolescente con problemas mentales pasa el verano con su madre terminal en un pueblo vacacional francés. Lo que en un principio se le antojaba una tortura acabará convirtiéndose en un tesoro en su memoria al que recurrirá en años venideros para combatir sus bloqueos creativos una vez convertido en un prestigioso pintor.

Esta es la premisa de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, aclamado fenómeno literario con el que la autora rumana moldava Tatiana Tibuleac lo petó en su país y ha traspasado fronteras europeas.

He leído entusiastas reseñas por aquí y me habría encantado unirme a ellas con voz exaltada y mirada brillante, pero lo cierto es que no he conseguido traspasar la dimensión emocional de las páginas de esta novela. No he logrado entender el engranaje de esa relación maternofilial que da un giro de 360 grados de la noche a la mañana, ni he conseguido empatizar con sus protagonistas ni sus traumas. No me han emocionado esas frases cortas rodeadas de silencios, ni las metáforas sobre los ojos verdes, es más, todos los empeños poéticos de la autora me han parecido forzados y vacíos. Tal vez me haya convertido en una cínica, no sé, tal vez tenga que releerla dentro de un tiempo con otros ojos o no me haya pillado en buen momento. A día de hoy me ha parecido tan solo una lectura entretenida, algo que normalmente es suficiente para satisfacerme pero que se queda corto en una novela con tantas pretensiones como esta.

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